Quede claro que, en general, abogo por el progreso. Aclarado este punto…
Una vez me enviaron por internet un power point en el que ilustraban que si colocas dos móviles, uno enfrente del otro llamándose entre sí, y en medio de ambos sitúas un huevo, éste al cabo de un rato (me parece que bastante, no sé si media hora) se achicharraba o se cocía. Nunca lo comprobé, aunque invitaban a ello (creo que no mentían, pero una creencia al fin y al cabo). Hay numerosos colectivos que aseguran que las antenas de los teléfonos portátiles plantadas en lo alto de edificios provocan trastornos del sueño a los vecinos de las inmediaciones. Incluso hay quien dice que cáncer. Oficialmente, es decir, gobiernos y empresas, sostienen que no hay nada probado (¡qué iban a decir!). Cierto que las radiaciones nos invaden por doquier. Desde el espacio, nos arriban y atraviesan sin parar ondas de frecuencias variadas de planetas, estrellas, galaxias y otros astros. Ondas de radio, televisión y wifis hacen lo mismo, o nos rebotan, no sé. Nosotros mismos emitimos calor, etc.
Todo esto lo menciono porque hace unos días, en una conferencia, un neurocirujano decía que, a pesar de estos inconvenientes -caso de que fueran corroborados-, era el precio que teníamos que pagar por el progreso. Y lo comparaba con la conducción del automóvil, que causa millones de muertes al año en el mundo y, sin embargo, no renunciamos a él.
Pero no puedo estar más en desacuerdo con semejante aserto por varios motivos. Primero, tú que me lees, que sepas que es muy probable que padezcas cáncer en algún momento de tu vida, y mucho más que lo padezca un familiar cercano a ti -padre, madre, hermano, hijo-. Cuando hablo de “probable“, me refiero a que hay estudios -los más optimistas- que hablan de que al menos un miembro de una familia de cuatro personas padecerá cáncer en algún momento de su vida. Hay quien afirma que una de cada dos personas lo padecerá. Segundo, no es lo mismo tener un accidente con el coche y matarte -aun cuando al accidente no se le deba denominar accidente, sino homicidio en muchos casos- que ser víctima de pesticidas, radiaciones o ritmos de vida antinaturales, impuestos desde el sistema al individuo sin más opción. Tercero, no entiendo la comparación, no se justifica el uso del móvil por el del auto. Quizás cuando se inventó el coche no se vislumbró su potencial devastador, pero ahora sí. Por lo tanto, y aunque no estemos dispuestos a prescindir de su uso, no queda más remedio que instaurar medidas drásticas, aun a costa de pagar justos por pecadores (velocidad en autopistas a 50 Km/h ya). La economía no tendría por qué verse afectada (avión, barco o tren), y de hecho, aunque. Cuarto, en lo que se refiere a móviles, más de lo mismo. Una sociedad inteligente, ¿no estudiaría los efectos en humanos y en el planeta antes de distribuir inventos y aparatos nuevos? Se me olvidaba que no somos inteligentes.
Al final de todo, siempre, siempre… Poderoso caballero es don dinero.
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Hace 1 año
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