viernes, octubre 03, 2008

Ojo con la autoridad que se insuflan los adultos respecto de los recién llegados

A los 16 años, justo antes de comenzar tercero de bachillerato, sentía curiosidad por empezar las clases de Filosofía. Quería saber de qué hablaban los filósofos. Me pareció interesante y curiosa la forma de entender la vida o vivirla de algunos, pero me defraudó sobremanera comprobar la importancia que se le otorgaba a Platón y su mito de las cavernas. Me decepcionó observar que, casualmente, el cristianismo y el platonismo tuvieran un denominador común tan crucial como la existencia de un mundo perfecto ajeno al nuestro. Precisamente, ansiaba conocer puntos de vista diferentes al del cristianismo en lo que se refiere a la existencia. Debido a mi sorpresa por la coincidencia el profesor de filosofía me explicó entonces que el cristianismo bebió del platonismo. Mis dudas y sospechas sobre el cristianismo ni menguaron ni aumentaron. Mi semilla ateo/agnóstica provenía de años atrás. Fui educado de niño en un colegio confesional. La religión estuvo presente (no omnipresente) durante toda mi infancia. Fue en aquellos momentos iniciales y claves de mi construcción personal, cuando nos explicaban parábolas, cuando demonizaban otras religiones y excluían a los fieles de otras confesiones de la salvación, cuando hablaban de limbo, de cielo, de castigo eterno y/o de milagros, fue entonces -digo- cuando ya me asaltaba en la mente la idea: "¿Y si no es verdad lo que me explican?" Razones para pensar así no me faltaban, como es lógico. Sólo una me hacía recular, a saber: cómo iba a ser posible que los adultos se equivocaran, que personas mayores, hechas y derechas, vivieran en ese error durante tantos años; por lo demás, no podían engañarme en algo así, me decía a mi mismo. Quizás, una mayor seguridad en mí hubiera bastado para ya entonces haberme enmendado del error. De todos modos, ¿cómo iba a pensar que aquellas personas, mis maestros -por entones se les respetaba y la profesión disfrutaba de cierto prestigio social-, me explicaban aquello porque precisamente, como bien había juzgado con apenas 10 años, se lo creían y vivían en un error? (Ya de... adulto he comprobado como también existen los que mienten a sabiendas) .