lunes, abril 07, 2008

Leer/escribir

Me gusta leer. De hecho, me turba no poder ganarme la vida leyendo. No sólo porque así podría vivir de lo que me gusta hacer, sino porque trabajando por trabajar pierdo el codiciado tiempo que pudiera usar para leer. A veces me creo ansiedad sólo de pensar en todo lo que me falta por leer, pero, como un día me dijo un amigo, mejor darle la vuelta a la idea y ver que en toda mi vida nunca acabaré con los títulos publicados y siempre podré escoger. He leído u oído reflexiones variopintas sobre los motivos por los que las personas leen, sobre cómo o sobre qué leen. Así que, seguramente, cualquier finalidad que adujera ya sería baladí. Sin embargo, apunto dos.

La primera tiene algo de sobrenatural, aunque tenga un explicación del todo pedestre. No siempre, pero sí depende del tipo de lectura, siento que conozco un poco la intimidad del autor cuando, a pesar de haber muerto hace más de un siglo, conecta conmigo para persuadirme desde un lugar intangible donde residiera el pensar y al que yo tuviera acceso merced a sus escritos -al fin y al cabo ideas arrancadas a esa intangibilidad y fijadas en una hoja-. No siento entonces que esté muerto, sino al contrario, muy vivo, más que muchos vivos. Esto me ocurre, sobre todo, con pensamientos. Una variante de esta conexión la noto cuando un creador, en el caso de la ficción, perfila a sus personajes con tal complejidad que me hace imaginármelos vivos. (En parte, esto influye en que un relato de ficción -ya sean textos ya películas- me cause emociones como si de la vida real se tratara. Y digo “en parte” porque en el engaño por el cual el cerebro confunde realidad y ficción, hasta el punto de provocarnos una lágrima, juega un papel mucho más decisivo la calidad global de la obra).

La segunda expresa la pasión del gusto por la lectura. Se la oí a un profesor de literatura en un documental que trataba sobre Guerra y paz. Aquí la reproduzco de memoria, o sea, más o menos. El erudito dijo que la loa más grande que había oído sobre el volumen de Tolstoi fue cuando un alumno suyo bromeó con que iba a abandonar su vida pública porque estaba seguro de no vivir nunca en ella algo tan bueno como lo que la lectura de la monumental obra le reportaba. Genial. La lectura como un dulce (aunque a veces también, como a la hora de escribir, comporte sufrir). Por más que me guste la alabanza del alumno, no deja de venirme a la mente la obra de arte que es En busca del tiempo perdido, y de cómo el narrador no sólo nos describe de forma deliciosa su pasión por la vida, sino que nos invita sin quizás proponérselo (ingenuo de mí, seguramente) a ella (a la nuestra).

Pero este segundo comentario me obliga a confesar que odio leer. Porque con la lectura como refugio huyo de lo que siento que debo hacer, que es escribir. La cuestión sigue siendo qué. Como no sé a ciencia cierta qué, mis dudas crecen parejas a la angustia del paso del tiempo. Otro tanto ocurre con el modo. A menudo escribo y rescribo hasta el hartazgo, hasta ya no estar seguro de expresar de forma meridiana lo que he de decir. También tengo miedo de escribir y no decir. Con todo, es posible que prefiera leer a escribir. Porque no consigo la disciplina necesaria para escribir. Una y otra vez he intentado escribir un texto extenso y una y otra vez he desistido.

En otra ocasión, continuaré -espero- escribiendo sobre esto.

Creo recordar que alguna vez ya me he referido en otro texto a lo que diré
a continuación, pero, en fin, por si a caso, insisto. A veces he oído que con la
literatura en particular o la escritura en general no se pueden promover
cambios. No estoy de acuerdo por dos cosas. Una, por simple probabilidad:
siempre hay cambios (la vida es un cúmulo de ellos) y, por lo tanto, a veces es
difícil discernir si éste o aquél tiene su origen en una lectura, en otra o en
el consejo de un desconocido. Y dos, porque hay ejemplos: es posible ver la
lectura o escritura de un -o varios- texto (en sí las dos caras de una misma
moneda), como motor o freno de un acontecimiento, de fundación de una corriente
(la Biblia respecto al cristianismo) o de inspiración o influencia de uno o
múltiples autores. Por otro lado, no abogo tampoco por causa-efecto, sino más
bien por multicausa-multiefecto.

No hay comentarios: