Imagino que un proyectil termonuclear avanza hacia el centro del tiempo, donde hace diana y desde donde al estallar provoca una reacción en cadena que finiquita el tiempo. ¡Qué a gusto me quedo! (Idea fruto de mi adicción ilimitada a la vida).
Cuando pienso que tenemos que morir, me entra la risa, por lo menos una sonrisa (tampoco una carcajada). A pesar de mi ateísmo teórico y práctico, y debido a mi formación cristiana, es imposible que una y otra vez no me venga a la mente la posibilidad de una existencia (vaya usted a saber de qué tipo) después de la Vida. Por eso digo que cuando mi raíz apostólica y romana me sorprende y pienso en el hecho de estar vivos y de que tengamos que morir, la sonrisa no la puedo evitar. ¡Y es que se me hace tan raro entonces que esto se haya de acabar para pasar a esa supuesta existencia posterior! Sencillamente, lo veo ridículo.
“La vida es ya el premio, el regalo, olvídate de veleidades que sólo culpabilizan al amante de la vida”, recita mi razón. “Qué miedo da la nada”, se encoge mi corazón. “Más aún una vida posterior”, replica mi razón.
Llego entonces a la frontera imposible hasta ahora trascender. Más lejos no sé ir. No se puede ir. Es como una columna de agua infinita, densa y, más o menos, mansa, hacia el centro de la cual no consigo acceder, tan sólo topar.
Hecho mano de la luz. A 300.000 Km/h el tiempo se detiene. Puesto que todo lo que percibimos con la vista nos arriba a esta velocidad, y porque sin embargo el tiempo transcurre a nuestros ojos, ¿no querrá decir que aquéllo de donde parte está fuera del tiempo? (Ya que tanto monta, monta tanto: un coche va respecto de una farola a 50 Km/h, o bien, la farola a 50 Km/h respecto al auto, quiero decir)
Cuando pienso que tenemos que morir, me entra la risa, por lo menos una sonrisa (tampoco una carcajada). A pesar de mi ateísmo teórico y práctico, y debido a mi formación cristiana, es imposible que una y otra vez no me venga a la mente la posibilidad de una existencia (vaya usted a saber de qué tipo) después de la Vida. Por eso digo que cuando mi raíz apostólica y romana me sorprende y pienso en el hecho de estar vivos y de que tengamos que morir, la sonrisa no la puedo evitar. ¡Y es que se me hace tan raro entonces que esto se haya de acabar para pasar a esa supuesta existencia posterior! Sencillamente, lo veo ridículo.
“La vida es ya el premio, el regalo, olvídate de veleidades que sólo culpabilizan al amante de la vida”, recita mi razón. “Qué miedo da la nada”, se encoge mi corazón. “Más aún una vida posterior”, replica mi razón.
Llego entonces a la frontera imposible hasta ahora trascender. Más lejos no sé ir. No se puede ir. Es como una columna de agua infinita, densa y, más o menos, mansa, hacia el centro de la cual no consigo acceder, tan sólo topar.
Hecho mano de la luz. A 300.000 Km/h el tiempo se detiene. Puesto que todo lo que percibimos con la vista nos arriba a esta velocidad, y porque sin embargo el tiempo transcurre a nuestros ojos, ¿no querrá decir que aquéllo de donde parte está fuera del tiempo? (Ya que tanto monta, monta tanto: un coche va respecto de una farola a 50 Km/h, o bien, la farola a 50 Km/h respecto al auto, quiero decir)
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