(A lo mejor ya he hablado sobre esto, pero siempre hay alguna novedad)
Hoy día, y desde hace unos cuantos años, no es fácil estudiar en una biblioteca debido al insoportable ruido que generan. Hay que acusar tanto a los usuarios como a los responsables de las salas. La algarabía de una mañana cualquiera en la biblioteca de la UB de Llars Mundet, por ejemplo, cuando estudiaba –aunque dudo de que hayan mejorado-, me teletransportaba a las Ramblas: repiqueteos al caminar, carcajadas (no sonrisas), charlas y susurros variopintos… Lo peor de todo era cuando como por arte de birlibirloque se conjugaba un poco de silencio –cosa harto improbable-; entonces, en aquel instante, oías una voz clara y contundente que explicaba a otra qué había hecho no sé quien no sé qué día. Para asombro de estudiantes, dos bibliotecarias le daban a la sin hueso como si estuvieran en su casa.
Años antes, a la edad de 10 o 11 años, íbamos a estudiar unos amigos y yo a una biblioteca de barrio. Rara era la vez que consiguiéramos acabar los estudios o deberes. Las bibliotecarias siempre nos echaban a la calle. Por hablar. Ahora, sin embargo, desde que está de moda que las bibliotecas acaparen más funciones –por eso de ser modernas y no quedarse obsoletas y sin visitante alguno-, además de ofrecer libros, revistas, música, películas y conferencias, entre otras alternativas, lo cual está muy requetebién, también puedes disfrutar de un refresco o merendar en el bar que, por lo menos, alberga la biblioteca Jaume Fuster, en el barrio de Gracia de Barcelona. Pero, claro, es que en Gracia son muy modernos. Espero que no copien la idea los de las municipales de Nou Barris y de Horta.
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Hace 1 año
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