miércoles, mayo 14, 2008

La tierra en la que nací

Se llama Catalunya. Para unos, una comunidad autónoma, para otros, un país.
Se llama España. Para unos, un estado y una nación, para otros, un estado anacional integrado por un conglomerado de naciones, para los de más allá, un proyecto.

Para mí…

Jurídicamente, soy catalán y español. Pertenezco a un Estado llamado España, conformado por comunidades autónomas, que, nunca olvidarlo, son también Estado. Para unos, esta es la única realidad, lo único palpable. Por lo tanto, se es español y catalán, o viceversa. El viceversa y el porcentaje de pertenencia a una u otra realidad política ya depende de cuánto sentimiento se vierta en el parecer particular (si lo onsideramos en un principio sólo regido por leyes).

Sentimentalmente, no me siento catalán de pura cepa, como se sienten los nacidos aquí por los siglos de los siglos. Vamos, que no me siento de ese pueblo, de esa tribu. Entre otras cosas, porque no lo soy. Sus tradiciones no me son innatas, aunque sí muchas de ellas adquiridas (y a mucha honra), como pueda ser mi bilingüismo.

Siguiendo el hilo sentimental, a mi juicio mucho más palpable y a tener más en cuenta que el político o el jurídico, que considero para lo que nos concierne más abstracto, tampoco me siento español de pura cepa, como se sienten los nacidos aquí o allá (fuera o dentro de Catalunya) por los siglos de los siglos. Es decir, tampoco me siento del clan de los españoles. Y por lo mismo, por que no lo soy.

Existe una formidable confusión entre España y Castilla, la mayor parte de las veces intencionada, con ánimo homogeneizante, pero este no es un tema que aquí desee tratar.

En Catalunya, ¿conviven con esos dos sentimientos, el de ser catalán y español, un tercero? ¿Y un cuarto? ¿Y un quinto? Me temo que sí. Hay muchas naciones, muchas más que las reconocidas por unos y otros. Muchas aun que no tienen conciencia de sí mismas.

Hay quienes se sienten, como apunté al principio, catalanes y españoles. En este grupo se inscriben tanto los de raíces catalanes como los de españolas. Personas abiertas, diríamos. No objetan problema alguno. Se sienten, ya digo, españoles y catalanes sin problemas, herederos de una y otra cultura. Este sentimiento ambivalente hacia España y Catalunya proviene del hecho de no querer provocar disputa alguna en ninguno de los bandos.

De este grupo, surge un cuarto, el de los desarraigados. El de los que deciden que no se van a mentir a sí mismos. Aunque reconocen el influjo de ambas culturas, no se sienten de ningún pueblo, no saben dónde colocarse (no consideran a esa mezcla un pueblo, aunque lo sea). No hay bandera alguna bajo la cual agruparse. Unos la buscan, otros no. Unos no la buscan porque no les importa, otros porque dejó de importarles.

A raíz de aquí, otros más conciben que a lo sumo pertenecen a una cultura mediterránea, de Europa del sur, y al siglo XX y XXI, y dicen poco y a la vez demasiado (ciudadano del mundo, se denominan a veces). Otros lo reducen: soy de Barcelona y punto. Pero en ese punto converge lo anterior. ¿De dónde se siente un extranjero que lleva largo tiempo en su tierra de adopción?

De un apátrida (sin nación y con estado)

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