jueves, febrero 14, 2008

El ascensor imposible

Puede parecer el título de una novela o de una película de intriga. Pero no, encabeza un simple texto perdido en un blog olvidado. No sólo -como ya adelanté en otro texto- de la eficacia de los médicos, enfermeras y celadores depende la salud del paciente. También la organización del centro es capital.

Cuando te acercas al Hospital de la Vall d’Hebrón, en Barcelona, la fachada del Edificio General se levanta imponente por entre sus construcciones aledañas. La sensación de magnificencia, y de una cierta congoja, aumenta cuanto más te aproximas al complejo sanitario. Algo (y no precisamente el totémico maternal, que podría competir con la majestuosidad del Hospital General si no fuera por lo ajado de su vestimenta y entrañas) te susurra que penetras en un recinto sagrado. En efecto, la Vall d’Hebrón representa, como algunos medios se han referido a él más de una vez, el buque insignia de la sanidad catalana. La solemnidad continúa respirándose una vez accedes al amplio vestíbulo. Un alto techo sostenido por columnas rojizas y relucientes, que pisan un marmóreo suelo ocre y pulido, te lo corrobora.

Pacientes, familiares y personal vario circulan a tutiplé pero a diferentes ritmos por el pasillo de enfrente, cuyo final se ensancha para albergar el espacio de espera de cuatro ascensores. Entonces sobreviene lo cutre. Si sólo pasas por allí un día, no lo notas, pero cuando la necesidad te lleva a recorrer un mismo itinerario unas cuantas veces en un mes, algo te inquieta. Sólo funcionan tres ascensores. En el cuarto, un folio impreso y repuesto diversas veces avisa de la avería. Más mosquea si cabe una inscripción a boli -a lo firma en las puertas de los lavabos de los bares- en la que se asegura que “nunca” funciona.

Cuando quien escribe comprobó que no había habido cambios en por lo menos esos treinta días, preguntó a la señorita del solemne vestíbulo de la solemne garita de información. Para mi inicial sorpresa, su respuesta -a pesar de que le dije que no me quejaba, que tan sólo era curiosidad- fue taxativa y pelín furiosa, algo como: ¡Qué ascensor, todos funcionan, nadie se ha quejado nunca! Ante mi insistencia de que un ascensor de los cuatro no funcionaba desde hacía por lo menos un mes, se disculpó argumentando que quizás no lo había visto porque su trabajo no le exige adentrarse tanto por el pasillo (estará a unos diez metros). Diligentemente, me aconsejó que preguntara en conserjería, alternativa que con anterioridad a la recomendación había declinado por mi mismo por deferencia a sus compañeros: en apariencia tenían trabajo más importante entre manos que no el de saciar mi curiosidad. Tardé un par de días y al fin me lancé. Una sonrisa resignada se dibujó en la tez del tipo que me atendió. ¡Seis meses!

Claro que alguien podría objetar que un único ascensor tampoco es tan importante en un hospital. En cuyo caso replicaré: primero, eso que se lo digan a enfermeros y celadores que trajinan con camillas para arriba y para abajo; segundo, eso que se lo digan a todos en hora punta -ríete de los retrasos de cercanías-; tercero y más importante, ¿cómo es posible que una avería así la desconociera la señorita o señora de información? ¿Acaso una avería de tal calibre, de tanto tiempo, no es la comidilla de los empleados, nada menos en una sala por la que pasan miles de personas a diario, o es que, como mucho me temo, esta avería es pecata minuta -no digna de correveidiles entre los trabajadores- al lado de los despropósitos y desvergüenzas que tapan o intentan tapar los gestionadores del Insitut Català de Salut? (Incendios sería la punta del iceberg, apunté otros en otros textos)

Ante esta avería irreparable, me pregunto si los encargados de mantenimiento saben que el ascensor no funciona; o si es que se han retado ellos mismos a arreglarlo sin la pieza necesaria; o de si, quizás, ésta viene de la Conchinchina (que supongo que ya no existe en un mundo globalizado (!)); aunque también podría ser que su reparación no procediera, que los cuartos tuvieran que dirigirse, por orden de arriba, a taponar socavones más perentorios. ¿Cómo acabará, si acaba, este largometraje?

Anexo: Como publicaron ya muchos medios, y lo continúan haciendo, las Urgencias no pueden consigo mismas. La madrugada del pasado 2 de enero conté hasta al menos 60 pacientes en espera por pasillos o al lado de control de enfermería en Urgencias. Hice fotitos también, que aunque de poco sirven aquí las pondré. “¡Pero que estamos en guerra o qué!”, vociferó enfadado el hijo de una enferma aquella noche. Pero toda esta historia la dejo para más adelante.

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