martes, mayo 09, 2006

La policía y el miedo

Nuestra sociedad actual se mantiene por culpa del miedo y del consumismo de la economía, dicen unos. Otros pueden decir que se sostiene gracias al consumo y al miedo. Queremos consumir con tranquilidad, sin sobresaltos, para que nadie nos interrumpa de nuestra vorágine inconsciente. Pero, a veces, hay que recordar las libertades de las personas a las autoridades. Porque, recordemos señores agentes y demás deidades, que todos somos personas.

Mientras otros factores no cambien, hay libertades que se pueden limitar y se deben limitar. Por ejemplo, sin ir más lejos, una señal de tráfico. Todos sabemos que a pesar de ello, y precisamente muchas veces por tomarse más libertades individuales, hay accidentes en la carretera, muchos más que muertes por otras enfermedades o tragedias, por otro lado.

Sigamos. Que una persona se esté haciendo un porro en la calle y que un par de agentes pretenda intimidarla mediante un lenguaje soez y vulgar, propio de macarras y barrio bajeros, registrarla como si llevara un arma -pese a llevar el mono de la empresa-, después la obliguen, no a sentarse, si no a decirle cómo debía hacerlo, y uno de ellos, el aparentemente más apto para ejercer su profesión, le diga que se vaya porque su compañero de ronda aún le va a agredir, eso, señores jefes de la policía autonómica de Cataluña, háganselo mirar. Porque las denuncias aumentaran…

Y no hay excusas. No me vale que sea ilegal fumar marihuana en la calle. Si lo es debe cambiar. Aun así, si el agente debe multarme porque es su trabajo, que lo haga (aunque a mi me daría vergüenza llevar uniforme para poner denuncias de este tipo; que tengan lo que hay que tener y suban a las oficinas de empresas y grandes bancos, y, de paso cuando lo hagan, a ver si los tratan con las mismas maneras que cuando tratan a un peatón; lo dudo), después que siga su ronda y que no me venga con discursos éticos dictados por sus superiores; ya me encargaré de recurrir la multa o no pagarla.

En la calle puedo fumar lo que quiera. No molesto a nadie. Puedo consentir que a un grupo de personas se las inste a abandonar un lugar porque armen jaleo, pero no por beber, ni mucho menos por fumarse un porro. Señores policías, no todo es lo mismo. Tenemos ojos y cerebro para saber distinguir situaciones, y cuándo alguien –un “simple inferior peatón”, solo ante el peligro, porque no lo duden, allí eran ustedes el único peligro- alguien, decía, les hable con más inteligencia que la que poseen ustedes, hagan el favor de por lo menos escuchar, podrían aprender algo.

Ah, y para que lo entiendan, esa bilis –mala ostia, para sus mentes- que les sale cuando se topan con personas así (inteligentes) no es más que su orgullo, que se muere de dolor y de rabia porque están ante una persona que razona, y a la que no le van a dar miedo sus amenazas y maneras. Bueno, he mentido un poquito. El miedo que intentan imponer tiene su efecto. Y como esas personas son infinitamente más inteligentes que ustedes, no quieren sufrir daños físicos. Pero ya vale de pseudopolicías, que no son más que macarras. Quiero vivir seguro y que no sea la policía quien precisamente me haga sentir miedo.

Evidentemente, esto no va por toda la policía. Y sí, todos somos humanos y tenemos fallos, pero al igual que todos las personas de a pie las autoridades deben responder de sus actos cuando éstos son prepotentes o los agentes abusan de su autoridad.

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