miércoles, enero 30, 2008

Ser médico

Ni el sueldo ni la vocación explican por sí solos que haya tantas personas que ejerzan o quieran ejercer tan loable ciencia y oficio. Para que hoy día un estudiante de medicina se embarque en ese su sueño tiene que existir sin ningún lugar a dudas algo o alguien que le proteja de las continuas denuncias y juicios a las que seguro se tendría que enfrentar a lo largo de su carrera. (Defino algo o alguien: grupo de presión). No olvidemos que este oficio conlleva necesariamente la muerte de clientes.

¡Brindo por estos grupos! Y lo digo sin ningún tipo de ironía. Más, a la luz de informes como del que habla en El País el profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona Andreu Segura, “Equivocarse es humano”, del Institute of Medicine (publicado, dice, hace ocho años), según el cual, una cosa son los errores y negligencias médicas (“una de las principales causas de defunción en los Estados Unidos”) y otra muy distinta la iatrogenia o la muerte debida “a las consecuencias negativas de las intervenciones sanitarias, en ocasiones inevitables”. Según el estudio al que alude el profesor, por errores médicos o negligencia, o sea, dejadez, desidia, mueren más enfermos en Estados Unidos que de cáncer de mama, sida, accidentes de tráfico y laborales juntos.

Si no existieran estos grupos, si las condenas (recordemos que se habla de errores y negligencia) arreciaran a diestro y siniestro, la profesión médica estaría desierta. El miedo a la denuncia constante haría estragos entre los profesionales(1). Harina de otro costal sería valorar si el remedio (los juicios por incompetencia, la consiguiente estampida de vocaciones y dejar a la enfermedad a su libre arbitrio) sería mejor que la enfermedad (esos índices tan elevados de muerte por la intervención médica).

En el artículo de El País tan sólo se alude a los fallos médicos y a la iatrogenia. No se dice nada de la organización de los centros sanitarios y de la salud pública. Esto es otra historia.

(1) Casualmente, justo después de escribir este texto, leo en El País un artículo sobre el caso Lamela, como se conoce a la acusación que el gobierno autonómico de Madrid presentó contra el equipo de urgencias del Hospital Severo Ochoa por supuestas irregularidades en la sedación de enfermos terminales que acabaron, según dijo el consejero en base a una denuncia anónima, con la muerte de unos 400 pacientes. Según la justicia, de eso nada de nada. Pero en fin, he aquí un caso de cómo una acusación, que no condena, a un grupo de médicos provoca el pánico en el resto(al menos, en Madrid): "Todos los especialistas consultados coinciden en que, tras la denuncia, muchos médicos dejaron de aplicar la sedación terminal y otros cuidados paliativos a enfermos que los necesitan, especialmente en la comunidad de Madrid, por temor a ser cuestionados o incluso denunciados". (Por cierto, el artículo en cuestión no tiene desperdicio en lo que se refiere a la implantación en España de cuidados paliativos a enfermos terminales)

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