La inteligencia es una capacidad de la existencia para conseguir un objetivo a través de unas estrategias. No atañe sólo al ser vivo, ni mucho menos al autoconsciente, sino a la existencia. La inteligencia está. Es. Será más o menos inteligente, más o menos aguda, en función del tiempo que tarde en alcanzar la meta propuesta. A no ser que, precisamente, la tardanza sea también propósito. Por lo demás, fijar el objetivo es muy subjetivo.
¿La evolución es inteligente, según esta definición? Me temo que sí, pero poco inteligente, aunque no mucho menos que nosotros, los autoconscientes. La evolución tiene un objeto: sobrevivir. Y se sirve de un método, ensayo-error, conjugado con la presión que ejerce el medio sobre el ser concreto (y con los cambios genéticos, en el caso de los seres vivos) para evolucionar.
Ahora bien, la inteligencia evoluciona con la evolución: al igual que la existencia se torna más compleja y los seres vivos hacen lo propio, la inteligencia adquiere otras facultades que facilitan el objetivo de la evolución: sobrevivir. (Sin embargo, ¿quién es más inteligente: un humano que ha evolucionado o una célula que lleva 500 millones de años “felizmente” adaptada, sin evolución alguna? ¿Quién ha conseguido mejor su propósito? Todo depende de saber a dónde llegaremos nosotros, cosa que ahora mismo, por motivos obvios, no estamos en condiciones de conocer, y quien sabe si alguna vez).
A lo que iba. La inteligencia a lo largo de su camino ha adquirido diferentes facultades. Una es la ya mencionada ensayo-error, otra la capacidad de asociación (aunque pertenece más al rango de ensoñación), otra la de razonar (cuando el ser despertó a la vida y conciencia entendió el axioma causa-efecto y se guió por él), otra la de reflexionar o recapacitar (censurar), otra la de imaginar (ya propia, quizás, de los autoconscientes) y otra la de moralizar (llámese moral, llámese ética).
Asociamos a una velocidad vertiginosa. La mente habrá recorrido en tres segundos un trecho que explicado con la palabra desembrollaremos en minutos. Más, si pormenorizamos los enlaces y la imágenes que evoca el cerebro. Hacer conscientes estas asociaciones abre la persona a su propio conocimiento. Frenar el flujo de asociaciones hasta detenerlo y dirigir nuestros pensamientos de forma consciente constituye el razonar, aunque el razonamiento sea correcto o incorrecto. Censurar un razonamiento, reflexionar. Trabajar con hipótesis, imaginar…
¿En qué medida es una persona inteligente? ¿En qué medida lo es la humanidad? A veces, se oye decir que tal o cual tipo es inteligente. Por esto entiendo que consigue por un camino deseado lo que desea. No hay que engañarse ante personas que parecen actuar de forma estúpida porque, aunque los haya, y a montones, la inteligencia depende de una finalidad y la finalidad puede ser tanto el fin como el método, y si ignoramos ambos desconocemos todo lo necesario para juzgar un proceder y menos una persona (aún sería esto peor, pues generalizaríamos, con el peligro que eso conlleva).
Por lo que se refiere a la segunda cuestión, definitivamente no. Si en este mundo hay personas que mueren de hambre es que a la humanidad aún le falta alguna otra capacidad para poseer inteligencia. Y ésta es la moral, no conseguida hasta ahora porque, como decía Nietzsche, hay tantos intereses como personas. Mientras la conciencia de especie no adquiera rango vital, malo. (Al igual que las matanzas de los españoles en la conquista de América del sur, de los ingleses en la del Norte, que la expoliación de África por parte de los europeos, que el exterminio judío, al igual que todos estos fracasos, la muerte de congéneres hoy día por guerras, enfermedades y hambre debe achacarse a un fallo de la inteligencia, no a un pueblo, sino a la humanidad entera).
Vuelvo ahora al principio. Fijar el método y el objetivo, ambos como finalidad, es subjetivo. No puede ser de otra forma. Quiero hacer “X”. Se sobreentiende que lo quiero cuanto antes y que “X” o me conviene o, simplemente, es lo que deseo hacer. Si sólo deseo hacer no tiene por qué ser un movimiento inteligente. Habrá que dilucidar, entonces, si nos conviene (por lo que sea, al margen de que nos produzca placer o displacer o precisamente por ello) o no nos conviene (por lo que sea, al margen de que nos produzca placer o displacer o precisamente por ello). [Quiero hacer “X” mira a uno mismo, sin importar daños a terceros. Quiero hacer “X” matizado, manipulado o substituido por la pregunta ¿debo hacerlo? escruta si habrá daños a terceros y le obliga a reflexionar, a censurar su acción si esos males finalmente repercuten en algún perjuicio a sí mismo (en la conciencia moral o ética -a galeras-: en el 99% de ambos casos, el deseo atenazado por el miedo, el miedo que proviene de los terceros): diferencia entre libertad (hacer caso siempre a un deseo hipotecado por el miedo del debo) y el libertinaje (guiarnos sólo por las riendas del quiero, por nuestro único beneficio sin importarnos lo más mínimo perjuicios ajenos)].
Así que la pregunta final para dilucidar si el objetivo es inteligente en sí es: ¿lo que quiero conseguir me reportará el beneficio que busco y no me perjudicará en absoluto en la búsqueda del mismo fin, me conviene, por tanto? Aún cabría ampliar la cuestión a un nivel general, de especie: ¿lo que quiero, además de beneficiarme, perjudica al prójimo, le deja indiferente o le beneficia? En el equilibrio está la virtud, ¿no? Si miras por ti, en algún momento perjudicas al prójimo; si miras por el otro, te perjudicas a ti; mirar por ambos es difícil. No hay más discusión. De esto se habla mucho en la Gaya ciencia (de la utilidad, siempre entendida para otros, no para ti, aunque -digo yo- serle útil a la sociedad también pueda comportar serte útil a ti).
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El quiero y el debo siempre están en lucha. Unas veces gana uno, otras el otro, y otras, las que más, se confunden. Porque cuando nos guiamos por el quiero, éste se convierte en debo con suma facilidad. Tal ambivalencia se debe a que no somos animales salvajes, sino civilizados (subyugados por uno que manda, que establece normas -su moral- so pena de castigo) civilizados, digo, que estamos acostumbrados a aprender con repetición y disciplina esas normas: debo, he de, tengo que. Así, por costumbre cuando quiero acabo muchas veces debiendo. Por costumbre y porque el quiero de verdad, es salvaje, caótico, y tenemos miedo a ese caos porque nos hemos acostumbrado al orden, a esa disciplina, a la tranquilidad. Justamente lo que necesita el capitalismo para medrar (pero no sólo el capitalismo moderno, el que nació a partir de la colonización europea, sino el de siempre, el que apareció con la razón, la autoconciencia y la moral): su orden y su disciplina.
El debo viene dado por una educación que intenta homogeneizarnos más de lo que ya lo estamos de por sí (mismas condiciones físicas, medioambientales, biológicas, históricas, nacionales …) Cada líder impone su debo. Cada individuo se zafa, y no siempre quiere o puede, mediante su quiero. Para que la humanidad sea inteligente, debo y quiero han de coincidir. Con un han de salvaje, es decir, un quiero universal, innato a todo ser como animal que es. ¿Es esto posible? ¿Existe uno o varios valores capaces de aunar a la humanidad que surjan de cada individuo de forma natural? Es decir, ¿hay un debo que sea un quiero? Sí.
La supervivencia. La especie busca sobrevivir. El individuo, en general, también. Al principio del texto, decía que la evolución es inteligente, pues busca la supervivencia, algo beneficioso para todos los seres humanos. ¿Los grupos sociales -países, por ejemplo- son inteligentes como para comprender eso? ¿Para querer eso? ¿Para querer continuar la evolución? Probablemente, no, porque en vez de fortalecerse sumando el quiero individual (supervivencia) al de la especie (supervivencia), topan entre sí: diferentes supervivencias topando entre sí provocan la aniquilación, principalmente (se toma a los países por individuos). Pero es que, en nuestros tiempos, esta aniquilación comienza a ser problemática para la supervivencia de la especie. ¿No nos deberíamos dar cuenta ya de que hay que poner toda la carne en el asador, de que ha llegado el momento de verter todo nuestro ser hacia ese quiero de la especie y, en vez de sólo competir, cooperar?
¿Quién será más inteligente la célula que vive "felizmente" adaptada desde hace 500 millones de años o nosotros? Sólo depende de nosotros. No hay más variables (a menos que una catástrofe natural acabe con todos los humanos).
Claro que, aunque ahora, de golpe y porrazo, el mundo se concienciara, cabría preguntarse, ¿cómo poner toda la carne en el asador? (¡Ojo!: el valor común al mayor número de personas en esta sociedad es el dinero, o, más aún, la comodidad y seguridad: seguramente no erramos cuando confundimos dinero y supervivencia).
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Hace 1 año
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