lunes, julio 18, 2005

Del homo sapiens al homo universum

En Revista Astronomía

A principios de abril de 2005 el mundo pudo contemplar la soledad que anida en lo más profundo del ser humano, o por lo menos, en una gran mayoría de sus habitantes. La muerte de un guía religioso, de Juan Pablo II, puso de manifiesto cuán sola se siente la especie humana y cuánta necesidad de rebaño y pastor alberga en su entraña. Y no es una peculiaridad de nuestro siglo, ya antaño, monjes y frailes han descrito muy bien el miedo del individuo a la soledad de la existencia. Así, quiero recordar estos versos de Fray Luis de León, que contienen gran sentimiento de soledad y temor:

Y dexas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro...

Los medios de comunicación se volcaron durante semanas en la muerte del papa y en la elección del nuevo representante de la Iglesia católica, como ya lo hicieran antes en su pasión. No hubo distinciones, tanto importaba si el medio de turno profesaba la fe, simpatizaba o ateizaba. Ningún rotativo, emisora, cadena o página web escapó a la vorágine de hambre de guía, de ansia y necesidad de pastor que padecían católicos y cristianos, y que, por extensión, parecen sufrir el resto de mortales, perdidos en laberintos interminables de fes y ciencias.

Ningún medio fue capaz de alejarse, de abstraerse por un instante (aunque unos meses o unos años hubiera sido lo ideal) y, desde la altura, contemplar como la sociedad española, sin ir más lejos, se maravillaba por lo que consideraban la solemnidad de los funerales, mientras que, en cambio, esos mismos medios y esa misma sociedad tachan de exótico, extraño, peregrino e incluso de locura las costumbres de sectas islámicas, judías o de cualquier otra religión. ¿Es que acaso no son lo mismo unas y otras? ¿No perciben que no hay diferencias substanciales? ¿Que, como avanzó el intempestivo par excellence, son todas ellas odiadoras de la vida?

Todas tienen sus pastores y, por supuesto, sus millones de ovejas. Respeto y odio a todas las creencias o militancias. Pues no penséis que me limito a las religiones. También hay más bazofias humanas. (El miedo a la soledad es inescrutable). Buscamos compañías durante toda la vida, ya sea en forma de amistad, de pareja, de nación o de ser de derechas o de izquierdas... El mensaje: Identificarse con quién sea pero identificarse, porque, de lo contrario, parece que no eres nadie, cuando lo eres todo. Y quien diga lo contrario a sabiendas, es un asesino, y quien diga lo contrario desde la inconsciencia, porque es una hormiga humana obrera, es un alienado, un enfermo, que vomita, y cree que piensa, las ideas que su pastor o su rebaño le transmite.

¿Cuándo despertará el ser humano y se dará cuenta que lo único que tiene es miedo? Miedo a la soledad, a la pérdida... ¿cuándo lo dejará atrás y continuará el camino? Parece bastante complicado que esto ocurra, aunque si lo hiciera, bye-bye problemas del mundo, pretextos de los que se benefician quienes más miedo tienen. Si olvidamos el miedo, tan grande será el dolor que provoca el hambre, la enfermedad o la guerra, etc. en gran parte del mundo, como fácil será la solución de todas sus causas. Desde lo alto –literalmente-, lloraremos y reiremos nuestros problemas domésticos de antaño.

Desde lo alto acabaremos con el miedo

Hi haurà un dia en què la humanitat abandoni la seva llar, la Terra. Aquell dia un grapat d’éssers humans, aventurers i curiosos, que fins ara havien viscut en un entorn adient, s’endinsaran en les profunditats del cosmos, un món a totes llums inhòspit pels nostres fràgils cossos, a la recerca d’altres civilitzacions, de la nostra mateixa evolució, en definitiva, de la vida mateixa.


Antes de esta aventura, el hombre había conseguido descifrar algunas incógnitas del cosmos en el que vivía. Durante la historia humana, distintas civilizaciones a lo largo y a lo ancho del planeta usaban diversas hipótesis para describir y explicar la Tierra y el cielo. No pensaban lo mismo los mayas que los chinos o los europeos. De hecho, hoy día aún sigue habiendo diversas hipótesis. La que se lleva la palma, la más extendida y aceptada por la ciencia vigente, el “Big Bang”, convive con otras, menos aceptadas por la comunidad científica internacional, pero igualmente respetables, pues lo que hoy es cierto para la ciencia, mañana no lo será.


Según la teoría del “Big Bang”, todo el Universo conocido, el espacio-tiempo, se creó hace unos 13.700 millones de años a partir de una gran explosión inicial. Intentar saber qué ocurrió antes, dice Hawking, sería como pedirle a un caminante que estuviera en el Polo Norte, que se dirigiera todavía más hacia el norte. Después de la gran explosión, hubo, seguramente, un periodo inflacionario gracias al cual pudieron aparecer en el futuro las galaxias que hoy conocemos. Las pruebas que mejor corroboran la hipótesis de la gran explosión son el corrimiento al rojo de las galaxias, es decir, su continuo alejamiento unas de otras, y el fondo de microondas, una temperatura remanente en el fondo cósmico de 2,7 grados Kelvin, a menos 276ºC, muy cerca del cero absoluto.


Otra hipótesis sobre la creación habla del Universo estacionario, un modelo en el que la materia continuaría creándose. Otra, una visión personal: Al igual que los agujeros negros de hoy día podrían desembocar en nuevos universos e ir alimentándolos conforme engullen materia de nuestro Universo, nuestro “Big Bang”, podría ser el resultado de un enorme agujero negro de otro Universo. De esta manera, el chorro continuaría arrojando materia y espacio a nuestro cosmos-hábitat.

El mensaje
Tengo un mensaje. Un mensaje para todos. El mundo entero está repleto de disparidades. Las más acuciantes, aquellas que nos muestran una y otra vez los medios de comunicación y que cada uno de nosotros puede comprobar en su entorno. Mientras unos disfrutamos de comodidades y superfluidades, otros no tienen qué llevarse a la boca o padecen enfermedades curables en nuestro mundo. Los gobiernos no actúan con decisión y mientras tanto muchas personas mueren, por desastres o por guerras. Pero no sólo los gobiernos, las personas de a pie, bajo el pretexto de la impotencia, dejamos que el río de la muerte siga su curso. No tenemos objetivos, simplemente queremos vivir, y pensamos que ya es suficiente.


Pero sin sentirnos culpables por la crispación continua mundial en la que parecemos vivir, ha llegado la hora de plantearse nuestra función, nuestro papel, y no sólo de forma individual, sino colectiva, global. Des de nuestra mísera existencia, creemos saberlo todo. Parece que hayamos olvidado que hace tan sólo unas pocas décadas que el hombre empezó su desarrollo tecnológico, nos hemos desligado –o al menos eso sentimos- de la naturaleza, como si ella no fuera con nosotros. Formamos parte del todo, y estamos dispuestos a desvincularnos, como si el ser humano no perteneciera al Cosmos. Tenemos que recordar que pertenecemos al Cosmos. Y volver a él, en el sentido más literal que nos podamos imaginar, es nuestro sino: es mi mensaje.


1
El mundo de hoy día nos brinda una oportunidad jamás soñada en épocas pretéritas. Todo converge, todo se está preparando para el gran paso del hombre. Gracias a las tecnologías de la comunicación y a los transportes, cada vez más empieza a florecer entre las mentes de cada uno de nosotros la idea de pueblo, aunque no en todos los seres humanos sucede. Entre otras muchas causas, por las disparidades, por el hecho de que mientras unos pueden dedicarse a pensar otros se mueren de hambre.


El ser humano siempre se ha hecho preguntas existenciales, sobre todo, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Esto ha pasado en todas las épocas de manera recurrente. Los niños de hoy en día también se las hacen. Los temas estrella entre los alumnos de Primaria recaen una y otra vez en la prehistoria y en el Universo, origen y destino. Debemos empezar a preguntarnos qué sentido tiene esta recurrencia. ¿Es una casualidad?


Imposible que toda la humanidad a lo largo de los siglos y de su vida se cuestione siempre estas preguntas por puro azar. Esta es la clave. Si creemos que el azar impera en nuestras vidas, tarde o temprano, el azar provocará nuestro declive y fin. Es cuestión de tiempo y de las veces que el cántaro vaya a la fuente. Pero si tenemos una meta y la hacemos consciente, la exteriorizamos, la hacemos nuestra, la voluntad humana triunfará por encima de cualquier vicisitud.


Ahora ya no es como antes. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el hombre puede destruir al hombre como nunca antes había podido. En el mundo hay suficiente odio y armas de diversa índole, y cada vez inventaremos más destructivas.


2
Pensamos que la vida ha arribado a un sumum de complejidad y que lo único que nos queda es sobrevivir o progresar sin concierto ni meta. Pero lo cierto es que estamos en los albores de la inteligencia, de la vida y de la conciencia.


La Tierra, nuestro nido, es un planeta que gira alrededor de una estrella perdida en el extremo de una galaxia que llamamos Vía Láctea, que a su vez posee unas cien mil estrellas más. Y el Universo conocido alberga otras cien mil galaxias. Nuevas teorías hablan de más universos. Nuestro hogar flota en el Cosmos como una mota de polvo lo hace en la vasta atmósfera terrestre. Y creemos saberlo casi todo.


La realidad es que nuestra conciencia individual acaba de nacer. Pero hay más, la vida abarca mucho más, y es hora de que empecemos a plantearnos nuevas metas, metas que construyan nuestra conciencia individual y colectiva y que nos preparen para otro nuevo gran salto, como millones de años atrás los primeros seres abandonaron el medio acuático para conquistar el aéreo. No debemos tener miedo porque es nuestra empresa: saltar al espacio.


3
Es hora que la humanidad se ponga de acuerdo, basta de monsergas y pretextos. Tenemos que solucionar nuestros problemas domésticos, por complejos que se nos digan que sean, y seguir el camino al que estamos llamados. La re-evolución nos llama, necesitamos un nuevo medio para crecer y conocer más, no sólo sobre nosotros, que también, sino sobre la vida, algo indeciblemente “más”. Y este nuevo medio es el espacio.

El objetivo

Para que quede claro debo repetir cuál es nuestro objetivo: salir al espacio para evolucionar. Es un objetivo, mejor dicho metaobjetivo, que ha de ser asumido y aprehendido por todos y cada uno de los más de seguramente 6.000 millones de habitantes que “convivimos” en este planeta. Todos, y esto es crucial. Desde el campesino hasta el obrero chino, desde el magnate hasta el pobre neoyorquino, des del negro africano hasta el europeo presumido... No sin olvidar gobernantes, asociaciones, instituciones religiosas o ateas, trabajadores y empresas.

Tenemos que estar preparados para oír poner el grito en el cielo. Para sentir exclamaciones de reprobación, que tan sólo encubren deseos de mantener riqueza y poder, de mantener distancias, clases, castas, categorías, como siempre ha sido. A la postre, y en lo más profundo de su ser, de ocultar inseguridades y miedo. Es hora de romper. ¡Qué no nos cuenten monsergas! El ansia de aventura y conocimiento, impertérrita siempre en nuestra esencia.


Hacer nuestro el nuevo metaobjetivo nos vinculará para siempre. Si no lo está haciendo ya, la conciencia colectiva medrará. La re-evolución nos está llamando des de hace tiempo.¡Maestros y profesores!¡Científicos y poetas!, explicad a quien no lo entienda. Engrandecer nuestra mente: mediante nuestro conocimiento interior y la adaptación al medio espacial.


Hitos señalando el camino
Si hacemos un somero repaso a la historia, un sinfín de indicios indica que el espacio es el camino adecuado y el siguiente peldaño evolutivo. Según la ciencia de hoy día, la vida tal y como la conocemos, es decir, basada en el carbono, empezó a gestarse en la Tierra hace unos 3.500 millones de años, o posiblemente más. En esos primeros momentos aparecieron bacterias y cianobacterias, de las llamadas procariotas, organismos sin un núcleo definido, sin una membrana nuclear que separase el ARN del resto de plasma celular. Quizás, mucho antes ya existieran virus, pero sobre tales seres, ni tan siquiera hoy día hay acuerdo en si están o no vivos siguiendo los criterios clásicos: nacer, crecer, reproducirse y morir. (Y he dicho “tal y como la conocemos” porque debe abarcar mucho más, en base a criterios que aún se nos escapan.)


Durante millones de años la vida se fue desarrollando dentro del agua. El medio aéreo (terrestre) era un ambiente inhóspito para estos seres, pero la vida, mediante la evolución, se dotó de los mecanismos necesarios para emerger, conocer y adaptarse a las circunstancias de tierra firme. Los cambios fueron brutales. Aquí ya tenemos un primer salto de medio que provocó cambios cualitativos en los seres vivos.


Tanto en tierra firme como en el medio acuático la vida siguió su curso. Los diferentes medios obligaron a la vida a adecuarse según las necesidades vitales. Llegó un momento en que seres procedentes de un mismo tronco se hicieron irreconocibles, y los seres que habían poblado la tierra no pudieron volver al medio del cual procedían. Aunque hubo excepciones, como pasó en su momento con las ballenas, por ejemplo. Pero, por ambos medios, la vida crecía y cada vez se estructuraba en ramificaciones más complejas. En millones de años, un puñado de átomos se habían mezclado para formar moléculas, y éstas, a su vez, en células, que más tarde se combinarían entre ellas para formar plantas, hongos y animales, entre otros reinos. La inteligencia de la vida no tenía fin.


Todos y cada uno de estos elementos, desde los átomos hasta las primeras células y posteriores organismos complejos, utilizaban la inteligencia de la vida para crecer y evolucionar, hasta que llegó un momento en que, suponemos apareció, un ser consciente de su propia existencia y muerte. Digo “suponemos apareció”, porque es seguro que todos los seres, inertes o vivos, poseen inteligencia, y posiblemente conciencia. De lo contrario, ¿cómo se explican estas combinaciones acertadas de la evolución? La inteligencia impregna todo.


Pero sí que hubo un primer ser que tuvo autoconciencia. Un ser la conciencia del cuál consiguió hacerse un primer hueco y arrebatar terreno a la inconsciencia por entonces reinante. Fue el primogénito de una dimensión en la que toda la humanidad ahora se desenvuelve. Una dimensión compartida por la consciencia y la inconsciencia, en unos porcentajes desconocidos y quizás fluctuantes según la persona o el momento.


[Muchos dirán, grito en cielo, que se han necesitado cientos de millones de años para llegar a donde estamos, y que ha habido errores evolutivos, especies que han fracasado y se han extinguido. Pero aquí entra el amigo Einstein, que nos recuerda que el tiempo es relativo. La inteligencia así detona con más fuerza en cualquier rincón de la materia. ¿Cómo si no, desde el supuesto Big Bang, que originó el Universo conocido hace unos 13.700 millones de años, se han podido desarrollar personas, sentimientos, pensamientos, vientos y ordenadores, si no hay inteligencia en todo ello? ¿Por qué la materia se hace consciente y ésta crece?
Que sólo nosotros poseamos inteligencia ya es bien sabido que no es así. Todos los animales y plantas la tienen (además de materia inorgánica, como ya apunté antes). Nosotros, quizás, la tengamos más desarrollada que ellos, pero esto no implica que todos los seres en su hábitat no disfruten de la suficiente. ¿Y por qué no conciencia, a un nivel también diferente? Es muy probable que la falta de medios y de códigos enturbie la comunicación con todos los seres, vivos e inertes, que pueblan el Cosmos, pero también de los diferentes cosmos en que viven quarks, átomos, células y otros seres superiores, como animales y plantas. ¡Acaso una ameba imagina el mundo humano! ¡Un centímetro cúbico es su Universo! De hecho, hay muchas investigaciones que han demostrado la inteligencia, muy próxima a la nuestra, de delfines, monos e incluso plantas. La vida, como la existencia, debe de ser cuestión de códigos, de lenguajes.]


Pero sigamos el camino. En algún momento hubo un homínido, de la especie homo, que en su/nuestro cosmos-hábitat se dio cuenta de que estaba vivo. Antes había tenido conciencia e inteligencia, sí, pero como sus hermanos animales, en un nivel diferente, en un nivel en el que no se preguntaba ciertas cosas. Su conciencia emergió, se asomó a un nivel nuevo, llamémosle homo, en el que ahora pacemos, y se maravilló o asustó, como seguimos haciéndolo en nuestros días. A partir de aquí, la conciencia/vida recibe un nuevo impulso, estamos ante un segundo salto de medio. Era necesario saltar de medio o habríamos acabado colapsándonos. Ser uno más en el nivel inferior, nos habría abocado a la extinción. Sin embargo, poblamos el globo, porque, en el espacio robado a la inconsciencia, desarrollamos la razón que nos permitió sobrevivir. La misma razón que, tiempo después, nos ha despojado de nuestro instinto, relegándolo a la esfera de la superstición, como si se tratara de fantasía, como si el instinto “sólo” fuera propio de animales. Pero, ¿es que acaso no lo somos?


Sin entrar en discusión sobre en qué punto o periodo de la historia humana se dio este salto, puesto que ni los paleontólogos podrían asegurarlo en la actualidad, el homínido que aprehendió esta nueva conciencia, que la hizo suya, comenzaría inevitablemente a hacerse cuestiones sobre él y la relación con su nuevo cosmos-hábitat descubierto. De una vida instintiva pasó a cuestionarse el por qué de su existencia y de la existencia.


“¿Qué son esos puntos de luz que brillan por la noche? ¿Qué es esa bola de fuego que nos da calor? ¿Por qué mi compañero ya no se mueve y no me dirige sus gruñidos como había hecho hasta ahora?” La felicidad y la tristeza invadirían su ser, es muy difícil ponerse en la piel de este individuo que nunca existió, ya que todo debió ser muy paulatino. De hecho, es una evolución que la seguimos contemplando en la actualidad. Hoy día, quizás un niño, en sus primeros años paseando por la Tierra, pueda acercarnos a lo que sentían nuestros ancestros con esos primeros recelos y miradas que les provocaba el nuevo mundo.


No sé si serían estas las primeras cuestiones existenciales del ser humano, o del ser que nos precediera y que tuvo una conciencia como la nuestra o similar. Lo que es seguro es que, a lo largo de la historia, otras preguntas arrebatadoras irrumpirían en las recién nacidas conciencias humanas. Todas ellas continúan hoy día azotando nuestro espíritu. A saber. ¿Qué hacemos aquí?¿Quiénes somos?¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué es la vida? ¿Qué es la existencia, el Universo?, y la mejor de todas ellas, su antítesis: ¿Tiene sentido que nos hagamos esta preguntas? ¿Proceden? Ja, ja... [No lo sé, pero apuesto a continuar el camino y seguir investigando. Las barreras, todas, por existir, están para saltarlas. Tengo curiosidad.]


Estas preguntas, muchas más y la soledad de la condición humana iniciarían el camino del pensamiento, que desembocaría en filosofía, religión, arte, mística, ciencia... y tecnología. Con el tiempo, en muchos de nosotros, la lucha por la supervivencia dejó de ser crucial a nivel consciente, pero no en el inconsciente, en el mundo poco –o nada- explorado por cada uno de nosotros hacia sí mismo. A nivel consciente, se reveló y se transformó en afán de riqueza. El miedo a no sobrevivir dejó paso a la inseguridad provocada por el miedo a la pérdida del poder y riquezas acumuladas; el instinto debía mantenerse de alguna forma. Heredábamos todo. Ignorancias, pasiones y conocimientos.


Con esta transición, los puños humanos también mudaron. Se metamorfosearon pronto en puñales y armas mayores todavía, tan estúpidas como destructivas. Nuestra generación está siendo testigo. Traspasábamos el instinto de supervivencia a la razón, pero de forma equivocada, es decir, literal. Como si supervivencia y capitalismo convergieran. No moriremos por poseer mucho menos. Pero la realidad nos retrata lo contrario. El mundo se convirtió en un enorme mercado, aunque no libre. Las disparidades se acentuaron cada vez más hasta llegar a la situación del siglo XX y XXI. Volvíamos a estar al borde del precipicio, del colapso.


Paralelamente, el desarrollo del pensamiento humano seguía su curso, aunque casi siempre condicionado por las inseguridades que des de cromañón nos han acompañado. Los científicos habían descubierto cosas nuevas sobre nuestro cosmos-hábitat, cada vez se hacía más y más extenso. El conocimiento, la vida, aquello que era indeciblemente “más” esperaba, pero debíamos antes re-evolucionar. Será el tercer salto de la vida, pero el primero premeditado y consciente de nuestra evolución. Aunque, quizás, cuando lo hayamos hecho, creeremos que fue inconsciente, como los anteriores. (Dejo constancia. Aquí empezará la historia del homo universum.)


La era espacial y el tercer salto
¿En qué momento estamos? El salto no se ha completado, pero sí que hemos dado los primeros balbuceos en el nuevo medio.

En 1957, la extinta URSS inicia lo que se conoce como “carrera espacial”, que no era otra cosa que una carrera militar y de poder entre las dos superpotencias de entonces, la susodicha y Estados Unidos. Con el “Sputnik”, de procedencia soviética, el primer artefacto fabricado por el hombre salió de la atmósfera terrestre y chapoteó en las orillas del nuevo medio, el medio de “gravedad cero”. No fue sin embargo hasta 1959, cuando el primer ser humano, el cosmonauta ruso Yuri Gagarin, salió fuera de la atmósfera terrestre. Y en 1969 el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó por primera vez en la historia de la humanidad la Luna. Quedaba claro por entonces que la carrera espacial, repito, carrera militar y de poder, la había ganado Estados Unidos.

Estos primeros balbuceos no implican un cambio de consciencia, ni que nos hallemos en el tercer medio, el de gravedad cero, allí donde nuestra conciencia continuará su transformación y crecimiento. Para ello primero es preciso que todos los seres humanos conozcamos y hagamos nuestro el metaojetivo: nuestro destino está en el Cosmos. ¡Maestros, filósofos, poetas, científicos, a vosotros apelo! Quien haga suyo este metaobjetivo se dará cuenta de la certeza del nuevo medio, y vislumbrará las posibilidades que realmente se abren; la vida, la conciencia y la inteligencia crecerán, pero lo harán en inconmesurables proporciones cuando el salto sea efectivo, es decir, cuando decidamos salir al espacio. De momento, sólo cuándo lo sabemos, atisbamos y rasgamos un pizca de esa nueva conciencia, pero sólo podemos olerla.


Los cambios serán paulatinos, pero sorprendentemente rápidos, tan veloces que los notaremos físicamente en tan sólo una generación. Los primeros chapoteadores del medio ya lo advierten. Todos los astronautas deben hacer ejercicio diario para que los músculos y el esqueleto no se les atrofien, de tal manera que cuando tornan a la Tierra, con gravedad, puedan desenvolverse con más o menos soltura.


Cuando los primeros cosmonautas rusos salieron al espacio, por poco que estuvieran en él, una vez de vuelta, abandonaban sus cápsulas de regreso en volandas. Por sus propias piernas no podían caminar, les fallaban las fuerzas. En los astronautas de hoy día todavía ocurre si permanecen en demasía en el medio interestelar. Los ingenieros veían en esta degeneración de los tejidos un óbice para la investigación humana en el espacio. Como remedio idearon el ejercicio físico. Gimnasia diaria para contrarrestar el anquilosamiento de músculos y huesos. Esta degeneración se debe a que en el nuevo medio, estos órganos no tienen ya que resistir la fuerza gravitacional terrestre, y por lo tanto se relajan en exceso. Y ¡eureka!, funcionó: los astronautas de hoy día que orbitan la Tierra en periodos cortos de tiempo ya no necesitan a nadie, caminan por su propio pie cuando regresan a la Tierra.


Pero ahora muchos científicos han dado un giro de 180 grados a su razonamiento. Han deducido que lo que antaño se contemplaba como un impedimento (es decir, la atrofia esquelético-muscular de los astronautas que viajan al espacio), ¡no es sino la adaptación del cuerpo humano a un medio sin gravedad! ¿Para qué se necesitan músculos tan vigorosos y huesos tan firmes en el espacio?


De aquí se desprende una sugerente conclusión. A saber. La adaptación de los organismos a un nuevo medio es más rápida de lo que pensábamos. No se ha probado, pero... qué ocurriría si un astronauta de la Estación Espacial Internacional (ISS) dejara de hacer ejercicio durante su estancia en el espacio por un periodo largo. Ya no digamos toda una vida. ¿Y qué le pasaría a un bebé nacido en el espacio que hubiera sido concebido por unos padres que toda su vida la hubieran pasado en él? Seguramente, este bebé, cuyos padres hubieran estado también en el espacio durante años, tendría que trabajar duro para poder ver a sus abuelos terrícolas in situ.Y es posible que necesitara algún atuendo especial para descender a la Tierra, o incluso que ya nunca pudiera hacerlo. Los cambios en una generación serían sorprendentes.


En cualquier caso, en todo que el hombre se precipite al espacio, un conjunto de cambios fisiológicos harán divergir la especie en dos. Los que se fueron y los que se quedaron. Acabarán siendo seres totalmente diferentes. Y en cierto momento, los cambios serán irreversibles. Según muchos expertos, las transformaciones producidas por el salto a un medio de gravedad cero serán mucho más grandes que no las mutaciones que debieron sufrir los seres que hace millones de años pasaron del medio acuático al aéreo.


Algunos científicos auguran, entre otros cambios, que el encéfalo crecerá desmesuradamente, mucho más de lo que podría crecer en la Tierra y que las extremidades, tanto superiores como inferiores, se acortarán, por no ser tan necesarias. Algo así como los extraterrestres cabezones que cientos de guionistas han diseñado durante décadas para sus películas.


Pero imaginémonos cuánto crecería la mente y la inteligencia -en todas sus facetas, no sólo la racional- en el espacio, con un encéfalo de grandes proporciones. Y la conciencia, ¿medraría? Seguro que sí, como lo ha hecho cada vez que un ser ha evolucionado a otro superior, al medio de un ser superior, para ser más exactos. Las fronteras del cosmos-hábitat se amplificaran como ahora no podemos ni tan sólo imaginar, como la ameba no puede imaginarse un cosmos de humanos. Nuevas cualidades adquirirá nuestra mente, más allá de la razón o el instinto. Quien haga suyo que nuestro destino está en el Cosmos de seguida notará en su intimidad la grandeza del envite. Es la llamada de la indeciblemente “más”.


La irreversibilidad evolutiva se hará patente, quizá, en poco tiempo. Algunos científicos han hecho experimentos con ratones que han estado unas pocas semanas en el espacio. El resultado ha sido sorprendente, pero también inquietante. Algunas sinapsis de sus neuronas quedaban desconectadas en tan sólo unos días. Y tratar de unirlas ya no era posible con el retorno a la Tierra. No ocurre como con la atrofia muscular, que con ejercicio se recupera la vigorosidad. O sea, habrá una frontera que no se pueda cruzar sin pagar el precio del no retorno. Hay que decir que una semana de las ratas equivale a muchos meses en la vida de un ser humano. Por ello los científicos recuerdan que no es lo mismo experimentar en una rata que en un ser humano, podría haber diferencias.


¿Pero qué les ocurrió a los ratones a consecuencia de esto? Ni más ni menos que el desmembramiento familiar. Las crías de los ratones ya no reconocían a sus padres, ni estos a su camada, parecía como si fueran más autónomos, que el rebaño desapareciera. ¿Le podría ocurrir esto a la humanidad? Son muchas preguntas aún sin respuesta, pero que debemos empezar a analizar para entender el sentido de lo que nos parece a priori un sin sentido.


Aunque nos parezca muy lejano este tercer salto, no lo está tanto. Incluso para llegar a Marte se necesitarán meses de viaje en una gran nave. Y, posiblemente, cuando se vaya -en este siglo-, la expedición deberá quedarse allí, o bien durante unos meses, o bien para siempre. Quedarse por unos meses será obligatorio, porque las carambolas necesarias para los viajes espaciales entre planetas del sistema solar así lo exigen. Pero, debido a que las condiciones del planeta rojo son también diferentes a las de la Tierra (quedándonos con la gravedad, la de Marte, por ejemplo, es menor a la de la Tierra), es muy probable que la primera expedición deba contar con miembros suficientes para autoabastecerse y fundarse allí una colonia humana. Los marcianos humanos que allí evolucionarían terminarían también por diferenciarse de los terrícolas humanos.


Pero cuando decidamos navegar por el Cosmos, harán falta generaciones y generaciones para arribar a otros sistemas estelares, en donde haya planetas rocosos similares a nuestro hogar. La estrella más cercana después del Sol es Próxima Centauri, a unos 4 años luz. O sea, viajando a la velocidad de la luz tardaríamos cuatro años en llegar, cosa que no va a poder ser porque la velocidad de la luz es un límite físico infranqueable y muy difícil de alcanzar. Y si tuviéramos la energía suficiente, la masa de un cuerpo acercándose a tales velocidades crecería hasta el infinito para colapsar y convertirse en un agujero negro.


O sea, que nos queda viajar de generación en generación, durante décadas y décadas, en grandes astronaves. Sólo nuestros descendientes verían otros sistemas estelares. Con suerte, la ingeniería genética conseguirá alargar nuestra existencia un puñado de años. Pero no debemos claudicar, nuestros cerebros grandes y evolucionados nos proporcionarán otros caminos. El homo universum arribará a otros sistemas y los investigará. Es posible que a muchos de ellos ya no pueda acceder de forma directa, pues será un ser superadaptado al hábitat de gravedad cero, pero no a los nidos estelares, en donde nace la vida y da sus primeros pasos, no estará adaptado a ecosistemas parecidos a los terrestres. Eones después de haber abandonado la cuna que le vio nacer, la Tierra, el homo universum encontrará hábitats parecidos, y otros muy diferentes, a los del lugar de donde partieron. Quizá la melancolía les invada. Y, como muchos otros ya han apostado antes, entonces deseen continuar la creación de la vida y dejen, en insólitos mundos, los cimientos necesarios para iniciar otro proceso evolutivo. Pero nuestro camino no tendrá por qué ser este, quizás una vez adaptados a la gravedad cero distingamos nuevos horizontes que nada tengan que ver con la investigación o colonización de otros sistema estelares, porque, gracias al crecimiento exponencial de nuestra conciencia y encéfalo, habrá impensables inventos y descubrimientos que nos lo permitan. (¡A los científicos, procesadores de nuestra ignota y nueva aventura, bien sabéis que todo se tambalea, que ya nada es lo que era! Para chapotear está bien construirse un bote, para viajar mejor será escudriñar lo pequeño. Allí tienen que haber claves.)


Al igual que los paleontólogos no sitúan el salto del animal al del hombre en una fecha o en un individuo determinado, sino más bien en un periodo, el tercer salto que ahora nos toca ya se está produciendo. Cuando lo hayamos completado, los historiadores no sabrán tampoco situarlo en un momento puntual de nuestro camino. Dirán -y así será- que los cambios fueron paulatinos, que no fue un único ser que de repente emergió a una conciencia superior y pasó a denominarse homo universum..


¿Fue el Universo el que transformó la conciencia del hombre o fue el hombre el que voluntariamente propició el salto? Ambas cosas, quizás. Sin el Universo el cambio jamás llegará a ser completado, pero sin nuestra voluntad tampoco. Nosotros debemos decidir efectivamente si el tercer salto que muchos intuimos debemos o no completarlo. Pero, a sabiendas de que nuestra re-evolución dependerá de ello. La posibilidad ya está ahí, esperándonos. Por primera vez somos conscientes de un paso de tales proporciones.


La semilla de la nueva conciencia ha encontrado el abono suficiente en nuestros seres para que pueda empezar a brotar. Pero necesita de un nuevo medio y de la voluntad para crecer y convertir al ser humano en una nueva especie. ¿Debemos seguir adelante? Quien haya hecho suyo que debemos salir al espacio para continuar y hacer posible el tercer salto de conciencia evolutiva verá como minucias los problemas de los que ahora se aqueja la humanidad, aunque políticos y medios nos los pinten de enorme complejidad. Lo terrible es que muchos continúan en la era de cromañón, y muchos de estos muchos ocupan cargos de vital importancia para la re-evolución humana. Por eso es preciso que todos y cada uno de nosotros haga suyo el metaobjetivo. Si así se hace, las calamidades que asolan nuestra generación y que llevan asolándola durante siglos, habrán llegado a su fin. No soy un epicúreo ni un ingenuo. Intento ver nuestro contexto más allá de la inmediatez y para qué está ahí.


No es suficiente con que unos muchos quieran cambiar el mundo, pues siempre habrá otros tantos que deseen mantener sus riquezas y poderes. Y aunque lo consiguen en algún rincón del globo, en otros muchos lugares, el río de la muerte, de la miseria y de la mezquindad humana sigue su curso. (Repito: no soy un epicúreo ni un ingenuo). Todos debemos sentir el germinar de la semilla de la nueva conciencia. Si desde el primer mandatario hasta el último pobre hacen suyo el nuevo camino que se nos abre, las penalidades se habrán acabado.


No más monsergas ni pretextos. No necesitamos armas. No necesitamos guerras. Necesitamos re-evolucionar y conocer qué hay más, hacia dónde nos lleva la vida. Porque no lo dudéis, estamos en la antesala de algo que cada vez crece y crece más, como lo ha hecho hasta ahora la vida a lo largo de la historia, des del primer átomo hasta nosotros. En todo hay vida. Existiendo la autoconciencia todo lo que existe tiene que ser inteligente. Pero como ya he dicho, muchos son los que todavía siguen en sus cavernas, templos de poder y seguridad. ¿Qué teméis, sino a vosotros mismos?